Seguro de muchos de vosotros y vosotras podéis estar pensando o haber pensado en algún momento en consultar a un profesional de la Psicología y tal vez se os planteen dudas y no os resulte fácil dar ese paso.
Aún hoy en día, se mantienen ciertos tabúes e ideas erróneas al respecto del trabajo psicológico que retraen a muchas personas a la hora de buscar este tipo de ayuda.
En este sentido y por ello las habilidades y características personales del terapeuta son de gran relevancia en el establecimiento de una relación terapéutica provechosa y en romper por tanto con esas ideas erróneas.
¿Qué hacemos los psicólogos y porque trabajamos en tantos ámbitos? La respuesta es simple: Somos expertos en estudiar y comprender los mecanismos por los que se rige la conducta humana y por tanto es fácil entender que nuestro trabajo se desarrolle en múltiples profesiones.
Pero para poder desarrollar esta labor sobre todo en el aspecto clínico, lo cierto no basta solo con “intenciones” ni “vocaciones”. Junto a la formación académica específica, existen otros factores que inciden claramente en la calidad y en la consecución de los objetivos de la terapia. Nos referimos a nuestras capacidades, habilidades y características personales.
Tan importante o más que la competencia formativa, para llegar a una buena resolución de la problemática que plantea el paciente, son las habilidades y la alianza terapéutica que se genere con él.
No debemos olvidar que la persona que tenemos delante generalmente ha llegado con la necesidad de ser ayudado, seguramente por padecer una problemática que le limita a la hora de desenvolverse en su día a día.
Por ello, como profesionales debemos ser conscientes del sufrimiento que seguramente ha padecido la persona que ha llamado a nuestra puerta, y del costo que le puede haber supuesto llegar hasta ese punto.
LA RELACIÓN TERAPEÚTICA
El primer paso debe ser el de generar un clima adecuado de cara a la intervención. Para ello el paciente se debe sentir cómodo y seguro. No es adecuado cuestionar su relato o su sufrimiento.
Hemos de utilizar nuestras herramientas para lograr esa vinculación efectiva, pero no hasta el punto de desprendernos de las obligaciones inherentes a nuestro rol profesional, cayendo en lo que podría malinterpretarse como “una charla de amigos”.
Tampoco es conveniente implicarse en la terapia mucho más allá de los deseos de los pacientes, es importante acompañarlos en su proceso y no ir ni por delante, ni por detrás. Por ello siempre debemos estar atentos al feedback que nos devuelven interpretando lo verbal y lo no verbal.
¿Cómo definiríamos, entonces, la relación terapéutica? Goldstein y Myers hablan de “sentimientos de agrado, respeto y confianza por parte del cliente hacia el terapeuta combinados con sentimientos similares de parte de este hacia el cliente”. Ciertamente, esto es un predictor positivo de buenos resultados terapéuticos, pero no el único.
Las personas que se quieren dedicar a la psicoterapia deberían cumplir 3 requisitos:
Tener un interés sincero por las personas y su bienestar.
Saber y aceptar que hay estilos de vida diferentes, y creer en que todas las personas tienen aspectos positivos que pueden desarrollar. Estar abierto a la diversidad y libre de prejuicios
Creer firmemente que la mayoría de las personas tienen algún aspecto positivo y que pueden desarrollar estrategias para desenvolverse en la vida con cierto grado de bienestar.
OTRAS HABILIDADES TAMBIEN IMPORTANTES SON:
Habilidad para conocer las expectativas, creencias y valores que se ponen en juego ante el problema que plantea el paciente.
El terapetuta debe conocer sus propios recursos y limitaciones.
Autorregulación: Es decir, que los propios problemas y dificultades del terapeuta no interfieran en la terapia.
Tener un buen ajuste psicológico general: una buena salud mental por parte del terapeuta mejora los resultados de la terapia.
Experiencia vital: una amplia experiencia vital facilita la comprensión de las emociones y vivencias de las personas así como la búsqueda de soluciones a los problemas de estos. Tener en cuenta que la experiencia vital del terapeuta no influya en el paciente.
Haber recibido una buena formación teórica y práctica y confiar en su propia habilidad y técnicas terapéuticas. La formación aporta seguridad.
La terapia en ocasiones requiere de paciencia y persistencia. Los resultados no son siempre inmediatos.
Un terapeuta debe tener capacidad de adaptación en cuanto a los métodos y técnicas que utiliza con los pacientes.
Conocimiento de los diferentes contextos socioculturales, es decir, de las normas de
Tener muy presente el cumplimiento y conocimiento de los principios éticos y profesionales.
Habilidad para hacer juicios clínicos adecuados.
La literatura al respecto indica que un gran porcentaje del éxito de una terapia tiene mucho que ver con ese factor de habilidad personal del terapeuta. Ahora bien, el éxito no depende solo de esta cuestión.
Creemos que si bien no es suficiente para resolver una problemática, el generar una buena relación terapéutica sí es necesario de cara a dirigir a los implicados hacia resultados productivos. Y esa sí es una responsabilidad del terapeuta.
Y termino con esta reflexión:
“el desarrollo de una buena alianza terapéutica implica la posibilidad de cambio cuya expresión general sería la percepción de mejoría “