Es bastante habitual que cuando hablamos con los más pequeños de la casa nos dirigimos a ellos desde nuestra posición de adultos. Esta posición que nos afanamos por mantener a veces nos puede situar en un extremo de la comunicación que puede resultar poco favorable para educar en asertividad.
Siendo más concretos, es común que hablemos con nuestros hijos e hijas desde la orden o el mandato: “tienes que quitar la mesa”, “recoge eso”, “estudia” o desde el interrogatorio: ¿Qué tal el examen?, ¿Has hecho los deberes?, ¿Llamaste a la abuela?
¿Qué consecuencias puede tener aferrarnos únicamente a estos modos de comunicación?
Es sencillo, somos los principales modelos de los menores para aprender. Y si en casa solo perciben este tipo de comunicación, difícilmente podrán aprender otros estilos. Repetirán e imitaran lo aprendido. Por eso, si utilizamos la amenaza como estrategia para que hagan algo, no debería sorprendernos demasiado que la utilicen ellos con hermanos o compañeros.
Si nos comunicamos con ellos desde el mandato o el interrogatorio tampoco nos debería extrañar que generen poca confianza en nosotros y no nos cuenten de forma natural sus preocupaciones e intereses más allá de la petición o el permiso para que les dejemos hacer cosas. Igual que si no acostumbro a entablar conversaciones bilaterales con ellos será lógico que mi hijo o hija no me pregunte qué tal me fue el día o si me encuentro bien.
No podemos pedirle a un menor que haga algo que no le hemos enseñado o incluso que nos cuesta a los adultos. Por ello, es importante pensar cómo me comunico y si tengo más recursos que la orden o el interrogatorio para hablar con ellos.
En primer lugar, debemos conocer qué es la asertividad, por qué es importante o qué beneficios tiene en la comunicación.
La asertividad se resume en ser capaz de decir lo que uno piensa y/o siente sin que se torne en una conversación agresiva. Por lo que, va a permitir reducir el malestar, nos enseña a defender y autoafirmar los propios derechos, sin agredir ni ser agredido, posibilitando también aumentar la eficacia comunicativa, sin sentirnos mal por ello.
Para entender la asertividad hay que ser consciente de los otros estilos comunicativos: el pasivo y el agresivo. Pongamos un ejemplo:
Tus hijos/as dejan su ropa o sus zapatillas tiradas en cuanto llegan a casa. ¿Qué sueles hacer o decir?
1. No dices nada, no te apetece discutir, asique lo recoges mientras te quejas de forma silenciosa de que siempre pasa lo mismo. ESTILO PASIVO
2. Te diriges a tu hijo/a y con voz elevada le dices que es un desastre y un desordenado/a que a ver si aprende que no eres su esclavo/a, y que la próxima vez que tengas que recoger algo suyo se lo tirarás a la basura o por la ventana. ESTILO AGRESIVO
3. Hablas con tu hija/o y le dices: Cuando llegas a casa y dejas tus zapatillas o tu ropa tirada por medio me siento molesto/a porque me siento el criado/a de la casa. Me gustaría que dejases las cosas ordenadas en tu cuarto porque así no perdemos el tiempo ninguno de los dos, podemos aprovecharlo en hacer otras cosas juntos y nos vamos a sentir mejor el uno con el otro. ESTILO ASERTIVO.
Lo que escojamos decir en esa situación no es gratuito. Es decir, tendrá diferentes consecuencias. No significa que la asertividad sea la panacea o la fórmula milagrosa para conseguir que nuestros hijos/as hagan todo lo que nosotros queramos, pero sí evitará sesgos en la comunicación.
Si escogemos el estilo pasivo, sin darnos cuenta estaremos reforzando su conducta y no la cambiará ya que el aprendizaje adquirido será el de “no pasa nada si yo dejo las cosas tiradas, mamá o papá lo recogerán”.
Si elijo el estilo agresivo, las formas pueden hacer que pierda efectividad el mensaje. Es posible que se queden o respondan con el: “siempre me hablas mal”, “En cuanto llego a casa ya me estas gritando”, “eres un exagerado/a”… por lo que el aprendizaje queda ensombrecido por las formas en las que lo he comunicado. Hacer sentir mal a alguien no suele ser el escenario más eficaz para aprender algo.
Sin embargo, el estilo asertivo aumenta las posibilidades de éxito de la comunicación, por ende, que el mensaje sea recibo y habrá más posibilidades de que sea ejecutado. Por lo que, no perdemos nada y ganamos mucho. Ganamos que se nos escuche de forma tranquila, enseñamos un estilo de comunicación que le vendrá bien para el futuro y con el que se referirá a mí y a otras personas. Y tengo muchas más papeletas de que realice la conducta que le he referido.
Si el menor es más pequeño podemos explicarle los estilos de comunicación desde ejemplos con animales. Un ejemplo sería: La tortuga es el estilo pasivo, no se defiende, no dice lo que piensa y siente, eso puede tener consecuencias negativas como que no le tengan en cuenta, se aprovechen de él o se sientas mal. El estilo Agresivo sería el león, que grita, habla mal, amenaza o impone y este estilo también va a tener consecuencias negativas como castigos, que la gente no quiera estar él /ella, o le traten mal. Y el estilo asertivo sería el delfín que dice lo que piensa y siente pero sin atacar al otro y tendrá consecuencias más favorables.
Por lo que recuerda, si quieres enseñar a tus hijos/as a ser asertivos tienes que empezar por ti mismo. Una fórmula adecuada para comunicarnos y que hemos utilizado en el ejemplo anterior puede ser la siguiente:
1.-Describir hechos concretos
2.- Expresar sentimientos
3.- Conductas concretas
4.- Especificar consecuencias de esas conductas concretas
“Cuando llegas a casa y dejas tus zapatillas o tu ropa tirada por medio me siento molesto/a porque me siento el criado/a de la casa. Me gustaría/lo que quisiera es que dejases las cosas ordenadas en tu cuarto porque así no perdemos el tiempo ninguno de los dos, podemos aprovecharlo en hacer otras cosas juntos y nos vamos a sentir mejor el uno con el otro”.
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