La vida misma nos enseña que en la biografía de las personas siempre están presentes sucesos positivos y también acontecimientos negativos, de tristezas o expectativas frustradas.
Llama la atención la gran capacidad de adaptación así como el espíritu de superación del que disponemos los seres humanos.
En realidad, lo que resulta fundamental son las habilidades de supervivencia de las que se vale el ser humano para hacer frente al estrés. Se trata de un conjunto de recursos que adquiere la persona en el proceso de socialización para salir airoso de las dificultades y resistir los embates de la vida, sin quedar gravemente mermado en el bienestar personal.
Estas habilidades de supervivencia van a depender de varios factores: del nivel intelectual, del grado de autoestima, del estilo cognitivo personal (más o menos optimista) y del tipo de experiencias habidas, así como del apoyo familiar y social (Echeburúa,2004).
Ante la pérdida de un ser querido importa la capacidad de respuesta de una persona, que en ocasiones se puede sentir sobrepasada para hacerla frente. Las estrategias de afrontamiento del humano pueden volverse malsanas o fallidas; y las expectativas, derrotistas.
Podría ocurrir la aparición de emociones negativas, como el odio, el rencor o la sed de venganza lo que podría complicar aún más el proceso de duelo. Como consecuencia de ello, la persona, incapaz de adaptarse a la nueva situación puede sentirse indefensa, perder la esperanza en el futuro y encontrarse paralizada para emprender nuevas iniciativas y, en definitiva para gobernar con éxito su propia vida.
Pero un duelo también se puede superar. Hay personas que consiguen sobreponerse al terrible impacto de la muerte inesperada o no de un ser querido.
Lo que se observa es que, ante las situaciones de duelo, las personas reaccionan de forma distinta, e igualmente son variables de unos individuos a otros las estrategias de afrontamiento que emplean para superar estas circunstancias adversas.
El duelo conecta con la tristeza y con la perdida. La tristeza nos informa entonces del recogimiento, de la introspección que es lo que necesitamos en ese momento para curar la herida.
La tristeza también hace que nuestro cuerpo se encoja, se haga pequeñito, los músculos se vuelven flácidos. Nos pide cuidarnos y estar con uno mismo. La tristeza pone al cuerpo al mínimo de energía.
Por otra parte, el duelo es el conjunto de reacciones de tipo físico, emocional y social que se producen por el fallecimiento de una persona próxima y que pueden oscilar desde un sentimiento transitorio de tristeza hasta una desolación completa, que, en los casos más graves, puede durar años e incluso toda la vida.
El duelo puede manifestarse en forma de síntomas somáticos (pérdida de apetito, insomnio, síntomas hipocondríacos, etcétera) y psicológicos (pena y dolor, fundamentalmente). A veces pueden aparecer también sentimientos de culpa, por no haber realizado todo lo posible para evitar el fallecimiento o por no haber hecho al difunto lo suficientemente feliz en vida o incluso por experimentar una sensación de alivio tras la muerte (especialmente, después de una enfermedad prolongada que ha requerido de una asistencia constante o de la desaparición de una persona que ha ejercido un dominio despótico sobre el superviviente). La intensidad de estos síntomas depende de la personalidad, de la intensidad del lazo que le unía al fallecido y de las circunstancias de la pérdida.
En los mayores las reacciones de duelo pueden durar más tiempo como consecuencia de las dificultades de adaptación, de la soledad y del temor al futuro. La muerte de un cónyuge puede ser el acontecimiento aislado más temible que un anciano puede sufrir, sólo amortiguado por una adecuada red de apoyo familiar (una buena relación con los hijos) y social.
Las reacciones psicológicas del duelo varían en intensidad y contenido a medida que transcurre el tiempo.
Como se puede observar en la vida cotidiana, hay personas que se muestran resistentes a la aparición de síntomas clínicos tras la muerte de un ser querido.
Ello no quiere decir que no sufran un dolor ni que no tengan recuerdos desagradables, sino que, a pesar de ello, son capaces de hacer frente a la vida cotidiana y pueden disfrutar de otras experiencias positivas (Avia y Vázquez, 1998; Seligman, 1999).
Las personalidades resistentes al estrés se caracterizan por el control emocional, la autoestima adecuada, unos criterios morales sólidos, un estilo de vida equilibrado, unas aficiones gratificantes, una vida social estimulante, un mundo interior rico y una actitud positiva ante la vida. Todo ello posibilita echar mano de los recursos disponibles para hacer frente de forma adecuada a los sucesos negativos vividos, superar las adversidades y aprender de las experiencias dolorosas, sin renunciar por ello a sus metas vitales.
El duelo se puede superar.
En eidem podemos ayudarte.